Igualdad, equidad y justicia social son térmnos extensamente abordados dentro de la contingencia nacional.
Se habla mucho sobre integración, participación y cohesión social y de alguna manera se entiende que la desigualdad comprende mucho más que un mero criterio económico basado en nuestro país (tristemente) en líneas de pobreza; bajo este criterio nuestros grandes tecnócratas y connotados economistas son capaces de reducir esta pobreza, y efectivamente es así; los pobres luego de recibir un subsidio ya no son más pobres, y los indigentes se convierten mágicamente en pobres una vez recibida esta ayuda estatal.
Sería cosa de preguntarle al indigente, al pobre, al excluido, si considera que su situación verdaderamente ha cambiado, si se siente mejor, si de veras se siente un poco más participe de esta sociedad, si tiene menos hambre, menos frío, menos verguenza o si derechamente las demás personas lo miran menos feo al recibir esta gran ayuda.
Saquémonos la venda de los ojos. El pobre sigue siendo pobre, ganando 46 mil, 48 mil, 50 mil ó 60 mil pesos; el pobre sigue siendo pobre hasta que no se crea en él.
Es deber de cualquier ciudadano bien puesto, y más de nosotros como jóvenes, el creer en nuestra sociedad y creer aún más fervientemente en aquellos menos favorecidos, pero no para ayudar, no para repartir canastas familiares, sino para restablecer dignidades y velar por la creación de caminos que les permitan a todos desarrollarse en libertad y plenitud.
Capacitar, creer, querer, empoderar, enseñar a pescar y no regalar los pescados es la consigna.
No cuesta mucho
Hace 3 años